Estamos en São Domingos, en el norte de Guinea-Bissau, casi frontera con Senegal. Región apiñada de militares en virtud del conflicto entre dos países debido a la disputa de una franja territorial de siete kilómetros. La presencia militar no es excepcional, la proximidad de Casamance y de otras áreas “sensibles” ha sido la justificación.
Hacemos sin embargo un programa de formación con el Grupo de Teatro del Oprimido GTO-Bissau, cuyo foco está en la cuestión de género, con el Teatro de las Oprimidas-Laboratorio Magdalena, y los retos para la estabilidad del proceso de paz en un país marcado por las inestabilidades. Nuestra herramienta es el Teatro del Oprimido, con su estética provocadora y comprometida.
Ocupamos un gran galpón con techo de zinc, un resquicio del centro cultural construido y abandonado por alguna ONG internacional, equipado con ventiladores, reflectores, instrumentos musicales, seguidores, y otros aparatos electrónicos empolvados y sin utilidad por la inexistencia de energía eléctrica. El exceso de polvo en el aire nos reseca la garganta. A partir de las 12 horas el calor se intensifica y nos asamos como en un horno. A pesar de las adversidades, el trabajo es intenso, creativo y productivo. Alguna energía ancestral nos guía y nos anima.
En las entradas del galpón, docenas de niños nos observan diariamente. Se posan en las puertas desde que llegamos hasta la hora en que nos vamos. Se divierten viendo adultos que brincan como niños. En algunos casos los incluimos en las actividades de Estética. En otros, ellos mismos se incluyen.
A la mitad del trabajo comemos un “mata-bicho” (un lunch reforzado) bajo la vigilancia de ojos entre hambrientos y curiosos. Nos organizamos para llevar un poco más de comida para que nos puedan acompañar y participar en ese ritual diario.
Uno de esos días, percibimos algo particular en el movimiento que hacían. A pesar de eso nos concentramos en la producción para las presentaciones públicas. De repente, el trabajo fue interrumpido cuando uno de los multiplicadores entró en el salón trayendo de la mano, la mano de una niña asustada. Abrió la palma de la mano de la niña que presentaba el resultado de lo debía ser un proceso educativo: una quemadura circular: ¿Qué es eso? ¡Quemadura! La niña apareció en casa con una moneda y su abuela quemó a la niña con la moneda caliente para que ella aprendiera que no puede tomar lo que no le pertenece.
Quedamos en shock, la quemadura se transformó en una costra de piel cocida e infectada. Era difícil de examinar sin sentir el estómago revuelto. Visualmente horrible. Parecía doloroso para la niña, tanto la herida como nuestras reacciones.
Parte del grupo salió en busca de algún integrante de la familia. Una joven se presentó como tía de la niña y relató que la causa de la quemadura fue la aparición de una moneda de origen desconocido, esto hizo enojar a la abuela. Para hacer a la niña entender que no debía volverlo a hacer, ella calentó la moneda y la colocó en la palma de la mano de la niña para que aprendiese la lección definitivamente.
Otra parte del grupo llevó a la niña al puesto de salud, donde la costra de piel fue removida sin anestesia, el enfermero relató la gravedad de la situación, que pudo haber llevado a la pérdida de la mano si se hubieran tardado un poco más en atenderla.
El mismo día, la abuela vino a nuestro encuentro y declaró que la niña se había quemado sola, jugando con fuego. Toda la conversación fue en creolo y mediada por los Multiplicadores de TO de la región, especialmente por aquellos que entendían las bases étnico culturales de la señora. Hicieron esto de un modo muy cuidadoso, pues en la cultura guinense las personas más viejas (los/as grandes) deben ser respetadas a cualquier costo, porque cargan consigo la experiencia y la sabiduría.
Cuando alguien parecía estar cerca de perder la paciencia con la señora, era sustituido/a para que la conversación siguiese dentro de los patrones de absoluto respeto. Entretanto, estaba claro que la abuela no quería revelar lo acontecido. Ahí el grupo comenzó a pensar en estrategias para proteger a la niña, pues la situación se podría agravar, ya que la abuela se sentía humillada y podría quererse vengar de la niña.
Alguien que conocía a alguien que conocía a alguien de la radio local, solicitó que el hecho fuera denunciado. No revelaron el nombre de la señora, pero dijeron que había ocurrido un hecho grave en la comunidad –que una niña tuviera una mano quemada- y que esa práctica no debería ser una forma de educar a una pequeña. Todavía más, pedían a la comunidad que cuidasen que los niños y niñas no sufrieran más. La estrategia fue tornar público el acontecimiento, de modo que todos tuvieran conocimiento y la abuela se sintiera constreñida, sin valor para agredir a la nieta.
Al día siguiente, la niña estaba con la mano vendada y ninguna otra marca de agresión. Toda la comunidad sabía lo acontecido. Quedamos satisfechos, pero no tranquilos, pues no sabíamos lo que pasaría cuando nos fuéramos. Las participantes del curso que eran habitantes de la región asumirían la responsabilidad de visitar a la familia y garantizar el retorno al puesto de salud.
Este trágico y al mismo tiempo bello ejemplo muestra cómo las cosas cambiaron en Guinea-Bissau de la primera vez que estuve allá en 2004, para establecer un programa de calificación de Multiplicadores en Teatro del Oprimido. En ese tiempo, la mayoría de los y las participantes, de un modo o de otro, se veían y se sentían como víctimas de la guerra civil en espera de ayuda.
Ahora, en 2010, una gran parte del grupo todavía compuesto por los y las mismas/os participantes que en 2004, ahora son otras/os, se volvieron activistas comprometidas/os con la transformación de la realidad. Gente que no está en espera de ayuda, que busca alternativas para ayudarse y ayudar a otros. Gente que no acepta que las injusticias se reproduzcan en nombre de las tradiciones. Gente que cuestiona las tradiciones, respetando a la gente tradicional. Gente que asumió el Teatro del Oprimido como filosofía de vida y, como tal, no puede sólo callar la boca, cerrar los ojos, tapar los oídos o atar las manos delante de la injusticia. Gente que entendió que no tiene sentido hacer Teatro del Oprimido dentro de un galpón cuando la injusticia se instala en la puerta. Gente que sabe que el sentido mismo del Teatro del Oprimido es la transformación de la realidad, y la promoción de acciones concretas y continuadas.
GTO-Bissau es compañero del Centro de Teatro del Oprimido en el proyecto Teatro del Oprimido de Punto a Punto, desarrollado en el país desde 2006. El grupo también se ha destacado como ejemplo de fortalecimiento de la sociedad civil guinense en los últimos años, actuando de norte a sur del país, estimulando la discusión pública, el posicionamiento de la sociedad frente a temas cruciales, inclusive frente a temas tabú. Sus últimas producciones cuestionan la estructura de poder basada en el parentesco y apadrinamiento y la violenta opresión que sufren las mujeres que no pueden tener hijos o que no desean ser madres cuando son jóvenes.
La madurez demostrada por este colectivo refuerza nuestra confianza en su proceso de autonomía, que los habilita en el liderazgo y la conducción de proyectos locales.
La acción concreta ocurrida durante este último proceso de formación es un ejemplo contundente de que entendemos la propuesta de Augusto Boal. Entendemos que la quemadura en la mano de la niña no es un problema privado de la niña y su familia, ni un problema exclusivo de la comunidad de Santo Domingo, ni una cuestión específica de Guinea-Bissau. Entendemos que se trata de nuestras propias manos quemadas, las manos de todos los niños que necesitan protección, las marcas dejadas por adultos traumatizados en procesos autoritarios de educación y de la concepción pedagógica de que la tortura educa y disciplina.
Mi mano africana se quedó en África. En mi otra mano yo traje la memoria de la fuerza de manos comprometidas con la transformación de la realidad y la certeza de poder contar con los y las compañeras guinenses que asumirán la responsabilidad de velar por nuestra mano africana en el cuerpo de aquella niña.
Traducción: Lala Fernández
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